viernes, 3 de abril de 2015

Alambre, de espino


Bajo el gran foco se sitúa el personaje principal, fruto de otro vaivén de mi cabeza. ¿Acaso crees que no puedo verme reflejado en él?

Se mueve. Sin danzar, ni decorar sus movimientos pues pretende ser humano. Alza la vista y hace mi diálogo suyo. Articula con su voz las palabras que llegué a colocar sobre el papel con suma cautela pues no pretendía olvidar que debo moverme por una delicada pasarela. Consideración hacia el prójimo, respeto por la familia y otros tantos valores bajo esa pequeña calavera.

Mientras pasa todo, yo observo impasible la escena sin terminar de valorar el esfuerzo de los demás. Asumo mi rol, de vez en cuando hay que mandar.

El aplauso es una recompensa fútil antes de subir. Pero breve a la par que intensa y necesaria cuando llega el fin. No entiendo cómo mis inseguridades permiten que suba a estas tablas y demuestre mis habilidades ante una muchedumbre ignorante sin miedo a valorar.

En el escenario o delante de la cámara soy yo, de nuevo, tras morir durante algunos años y regresar con todas las copas que acumulo por mis desengaños. Aquí soy un resorte firme y sin embargo articulado, sin miedo y preparado.

Creo que todos actuamos. Tanto después de la función con las infantiles bromas que causan en mí repulsión como la noche de antes cuando por guasap me comporto como Draper, dotado ante ti de un vergonzoso corazón.

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