martes, 24 de septiembre de 2013

Sueño Con Soñar Lo Que Ella Sueña




 Mis pies se mueven, paso ligero. Llego tarde. Dije que llegaría a tiempo pero mentí. Los coches o yo, dudo, cruzan cuando no deben. Semáforo en rojo. Me da igual, lo importante es llegar. Mis piernas cada vez se mueven a más velocidad. Disculpe señora, no era mi intención. Si esquivar personas corriendo fuera un deporte, me merecía al menos un bronce. Semáforo en verde, callejón estrecho y gente por todas partes. He llegado.

Estoy en mi puesto. Les busco. Miro mi reloj, es la hora pero no hay nadie. Absolutamente nadie. Giro la cabeza buscando, tiene que haber alguien. Joder, habíamos quedado. Pero aquí no hay nadie, absolutamente nadie. Sigo moviendo las piernas, rodeo el lugar buscando una cara conocida. Una de esas que evocan una sonrisa al instante, una de esas caras que veo cada vez menos a menudo. La desesperación se apodera de mi, ahora sólo busco una de esas caras que notas en el estomago. Esas caras que molestan nada más verlas. Inútil. No veo más que mi cruel reflejo en el espejo.

Por alguna razón la inquietud que sentía se convierte en tranquilidad porque no hay nadie, absolutamente nadie. Me siento, ya no quiero caras. Sólo quiero seguir así, sin ti. Puedo hacer lo que quiera cuando quiera sin esa compañía cada vez más insulsa. Por mi culpa o por la suya, me desesperan. Ellos y sus problemas. Que si mi novia esto, que si mi carrera además y que si la que me follé ahora dice lo otro. Ya no soy el paño de lágrimas, aquí al menos.

Me levanto y sigo avanzando por la ciudad. No hay nadie. Ni hipocresia, ni doble moral, ni sonrisas felices. Nada. Libertad, puedo ser yo mismo y puedo buscarme a mi mismo. Bares vacíos sin clientes que tiran todo por los suelos y que cada noche celebran estar vivos, plazas sordas sin ruidos de una juventud que ya no tengo e iglesias sin mentiras ni contradicciones ni matrimonios. La religión de hoy y sus enseñanzas de ayer.

Sonrisa en la cara. Siguen avanzando. Talón, punta. Y llego al destino. Un parque ya sin niños de mañana, universitarios de tarde o policía dispersando de noche. Yo suelo llegar en ese último tramo, nunca puedo sentarme en un banco, salvo en invierno porque el lugar se llena. Me reía de chistes que no me hacían gracias. Pero esta noche no, esta noche me acomodo como un Marqués de Los Vélez en ese banco de madera sucia y descuidada. El paraíso. Estoy bien, no hay nadie. Silencio. Oscuridad. Y entonces la veo.

Una sombra se acerca entre la penumbra, entre la niebla que antes no estaba. Cabello largo. Botas. Una dama. No puedo ver nada más. Me levanto, lo esperaba. Es hora de ser James Darmody, es hora de dejar de esperar. Ya puedo ver su rostro. Preciosa. Ya conocía ese rostro. Se acerca, a paso lento. Muy lento. Empieza a sonar esa canción, que creía olvidada, por todo el lugar. Puedo oírla perfectamente. Vamos a salir en el telediario. Me armo de valor y me acerco, ahora soy Tony Soprano. Estoy dispuesto a poner las cartas sobre la mesa. Tú y yo como Woody y Lol. Yo trago mierda y tú lidias con tus taras. Pero justo cuando el aire hincha mi pecho y mis pies deciden moverse, ella desaparece. Sin rastro. Sin niebla. La canción suena. Soledad. Abandono. Enfado. Frustración. Resignación. Y entonces un pitido.

Fin del sueño. Suena el despertador. Tengo una mente atenta, franca y caprichosa. Son las 8 de la mañana y la calle me espera. Maldito Verano.

¿La felicidad plena se alcanza estando muerto? No lo sé